Mi querido abuelo ahorró cada centavo para tener su propia chacra en el valle de Cañete; cerca de 10 hectáreas nos enseñó lo que era cultivar la tierra a todos sus nietos (éramos la mano de obra natural) alguna vez me dijo, sobre la reforma agraria de Velasco de 1969: su error fue no repartir la tierra y querer forzar la asociatividad; los precios eran buenos (el mercado estaba protegido) siembre lo que se siembre, les iba a funcionar; la gente sabía producir, lo que no pudieron fue manejar una propiedad colectiva.
Buena parte de la dieta de los peruanos es en base a pollo, papa y arroz; por ello, analizaremos estos tres productos en cuanto a precios. En un año promedio, como lo fue 1997, con un sueldo mínimo (345 soles al mes) comprabas 101 kilos de pollo vivo, mientras que en el año 2019 (antes de la distorsión del COVID) con el sueldo mínimo de 930 soles/mes pudimos comprar 230 kilos. En 1997, con un sueldo mínimo comprábamos 548 kilos de papa blanca en el mercado mayorista; mientas que, en el 2019 pudimos comprar 756 kilos. En 1997, el sueldo mínimo nos alcanzaba para comprar 216 kilos de arroz corriente en el mercado de productores de Santa Anita; en el 2019, pudimos comprar 500 kilos. Esto muestra que, en términos reales, los precios en que se transan estos productos se han reducido casi a la mitad en las últimas dos décadas.
En el caso del pollo, al ser un negocio empresarial, los grandes productores han llegado a un nivel enorme de productividad y competitividad internacional. En el caso de la papa, tenemos que rezar cada año para que no se junte mucho la campaña de sierra y costa y no se generen picos pronunciados de cosecha mensual. En el caso del arroz, algo que no se advierte mucho es que nuestros arroceros costeños han aumentado su productividad constantemente.
En papa, también se ha desarrollado alta productividad en un selecto grupo de productores (Huánuco, Cañete, Barranca etc.) sin embargo, buena parte de los más de 700 mil productores son de autoconsumo; y allí, los promedios se van al suelo. Además, las continuas caídas del precio de la papa suelen castigar los promedios de productividad (el campo se abandona cuando el productor estima que los precios no responderán).
La Segunda Reforma Agraria lanzada recientemente por el gobierno; en realidad, no tiene nada de reforma. Lo que se planteó, en el Cuzco, fueron funciones inherentes que deben cumplir las diferentes instancias del Estado y que se hacen mal. La gran reforma pudo haber sido cómo se va a hacer para que verdaderamente funcione el Estado en mejorar la competitividad de la pequeña agricultura; pero, el diagnóstico nuevamente falla.
El agua, por ejemplo, si le aseguras el agua a 300 mil hectáreas de cultivo de secano, estas tierras producirán más y mejor; probablemente beneficiarán a 100 mil familias productoras; pero, no todo es felicidad. En realidad, lo que pasará es que la oferta de productos para el mercado nacional (papa, maíz amiláceo, menestras etc.) aumentará en 10% disminuyendo los precios para todo el agro entre 20% y 30%. Es decir, mejoras la competitividad productiva de 100 mil familias; pero, disminuyes los ingresos de otros dos millones de familias. El mercado nacional ya no soporta más oferta. Este análisis también aplica al crédito agropecuario.
La gran revolución que debemos hacer para la pequeña agricultura es la revolución de los mercados; evitar saturación de la oferta que tira los precios abajo; y esto no es fácil. Se requiere un conjunto de medidas como mejorar la franja de precios para el arroz, la obligatoriedad del 3% de harinas de granos andinos en toda harina comercializada a nivel nacional; 100% de leche fresca en la leche evaporada, integrar la producción de palma al biodiesel consumido localmente, incentivar a las cerveceras a que se integren con el campo para volver a producir cebada (para ellos esto es sencillo) entre otras medidas; y sin duda, EXPORTAR MÁS. Son procesos que toman su tiempo; pero, es importante tener el diagnóstico claro: EMPEZAR POR EL MERCADO.
A los privados de la agroexportación les corresponde un rol más activo en la propuesta de cómo articular más a los pequeños productores al mercado internacional; no podemos dejar ese rol al Estado porque nos pasa lo mismo que con el Gas de Camisea. Una mente “brillante” propuso que el gas natural para el mercado nacional se venda a un precio bajo, mientras que el GLP se vende a precio de mercado; como sabemos el GLP se podía vender inmediatamente porque ya existía toda la logística de distribución; mientras que, para el gas natural hay que tender los ductos. Si fuera al revés: debes vender el GLP barato y el gas natural al precio internacional; hace mucho, el mismo consorcio Camisea nos hubiera puesto los ductos para que el gas llegue a nuestro domicilio (obviamente con subvención del FISE).