Según un reciente reporte conjunto elaborado por FAO, FIDA, UNICEF, PMA y OMS, a pesar de las esperanzas de que el mundo dejaría atrás la pandemia de la enfermedad por el coronavirus (COVID-19) en 2021 y de que la seguridad alimentaria empezaría a mejorar, el hambre en el mundo aumentó todavía más en 2021. Este panorama indica que los desafíos para acabar con el hambre, la inseguridad alimentaria y todas las formas de malnutrición siguen aumentando.
Desde hace más de dos décadas, la desnutrición infantil en la región andina del Perú ha sido muy alta y la anemia sigue siendo un problema crónico, con más del 40% de los niños y niñas menores de 3 años afectados por algún tipo (de anemia), situación que se ha agudizado por efectos de la pandemia del covid-19. Esta pandemia ha generado limitaciones en el acceso a una dieta diversificada que incluya alimentos de origen animal, hortalizas y frutas ricas en micronutrientes.
En la actualidad, los sistemas agrícolas andinos están sometidos a grandes presiones para proporcionar una producción suficiente con el fin de satisfacer las demandas de los hogares que dependen, en gran parte, de la agricultura para la seguridad alimentaria. Entre otras influencias, la fragmentación de la tierra, la degradación del suelo, la intensidad de plagas y enfermedades y un mayor riesgo de pérdida de cosecha y poscosecha pueden comprometer la capacidad básica de los sistemas agrícolas y las intervenciones de desarrollo para satisfacer las necesidades de nutrientes de los hogares.
Una alternativa para afrontar esta situación consiste en el diseño e implementación de enfoques integrados, que comprenden intervenciones en la agricultura y acciones en la educación nutricional como estrategia para mejorar la seguridad alimentaria y nutricional de las poblaciones rurales. La hipótesis es que las innovaciones para mejorar los sistemas agroalimentarios, basados en diversos cultivos y crianzas y la educación nutricional de las familias, pueden aumentar la disponibilidad de alimentos nutritivos, mejorar las dietas y la calidad de vida de estas poblaciones.
Algunos investigadores han encontrado evidencias de impacto positivo en indicadores antropométricos, consumo de vitamina A y de hierro, generación de ingresos y mejoras en la composición de la dieta, producto de estas intervenciones que se complementan entre sí.
La estrategia de estas intervenciones se ha orientado a promover un paquete de innovaciones, tanto técnicas como institucionales, en torno a la mejora de la nutrición en base a la agricultura, que incluyen educación nutricional y salud, diversidad de prácticas agrícolas, ajustes en los sistemas de producción (de los diversos cultivos y crianzas) y promoción de integración intersectorial. Asimismo, la promoción de alternativas de generación de ingresos que faciliten el acceso a alimentos de calidad. Por ejemplo, utilizando un modelo cuantitativo se ha encontrado una relación positiva y altamente significativa entre la producción de papa nativa, destinada al consumo en los hogares (y también a la venta en mercados de alta calidad), y el porcentaje de adecuación del consumo diario recomendado (ACD) de hierro; lo mismo se observó para el caso de la crianza en los hogares de animales menores (cuyes) para el consumo y venta y el área de papa mejorada que se destina a la venta.
Siguiendo esta línea de investigación se puede decir que a la luz de diversas experiencias se encuentra evidencia que articular agricultura con nutrición puede contribuir a combatir la desnutrición en zonas vulnerables, y mejorar la seguridad alimentaria. La mejora y la diversificación de la producción agrícola, así como la diversificación de la dieta son elementos interrelacionados en la agricultura familiar, que deben ser complementados con estrategias de generación de ingresos (adecuadas a cada territorio y en función a las señales del mercado). Asimismo, se deben formular e integrar instrumentos de intervención concretos y operativos en distintas dimensiones, incluyendo innovaciones agrícolas como: variedades de cultivos más nutritivos y adaptados a las condiciones locales, la educación nutricional para aprovechar mejor la disponibilidad de alimentos locales, y un enfoque territorial que aproveche o complemente las capacidades e intervenciones locales existentes, como los programas de protección social del gobierno central y articulado con intervenciones de los gobiernos locales y regionales.