COLUMNA DE:
Ing. Alfonso Felipe Velásquez

Ing. Alfonso Felipe Velásquez

25 junio 2020 | 09:23 am Por: Ing. Alfonso Felipe Velásquez

El gran perdedor de este aislamiento, que no tuvo bonos reactivadores ni de sustento, es el campo

Las vacas flacas del Covid

Las vacas flacas del Covid

Es sumamente urgente planificar la siembra, que el Gobierno asegure los insumos al campo, que también asegure la cadena logística de transporte de la producción hacia su distribución, e incluso la pueda almacenar para luego poder hacer algo que se hace en momentos de hambre: redistribución.

Estamos adportas de salir de la cuarentena. El gran perdedor de este aislamiento, que no tuvo bonos reactivadores ni de sustento, es el campo. Aquel campo que hoy no cuenta con capital de trabajo para realizar la siembra de la próxima campaña, que vio menguados sus ingresos, mientras por sus ventanas observaban cómo su producción se iba malogrando, sin cosechar, o cosechada frente a sus propios predios. La demanda estaba en cuarentena al igual que la cadena logística, en este panorama el campo se quedó sin aire durante la pandemia.

Las últimas semanas estamos sustituyendo poco a poco, las palabras pandemia, Covid-19 y virus, por otras que suenan igual de mal. Los entendidos indican, que estas nos van a acompañar por los próximos meses y quizá años; estas palabras son: hambre y seguridad alimentaria.

Por tanto, es sumamente urgente planificar la siembra, que el Gobierno asegure los insumos al campo, que también asegure la cadena logística de transporte de la producción hacia su distribución, e incluso la pueda almacenar (con algún tipo de transformación básica que alargue el período de vida de los alimentos). Guardarla para luego poder hacer algo que se hace en momentos de hambre: redistribución.

No hay peruano que no sienta orgullo al hablar de nuestro pasado, pues el éxito de los Incas, que conformaron en solo 100 años un imperio en Sudamérica, fue un éxito administrativo que no hemos podido replicar en 200 años (en clara alusión al Bicentenario). Este éxito fue básicamente administrativo y los historiadores coinciden en que, se resume en dos únicas palabras: reciprocidad y redistribución.

Los incas sabían perfectamente lo que implicaba sacar provecho de las épocas de vacas gordas, para atender las épocas de vacas flacas, más de 5000 años de historia de civilizaciones peruanas (desde los albores de Caral), respaldan la estrategia utilizada en cuanto a producción (andenes, innovación), transformación (salado, secado y chichas), almacenaje (colcas y tambos) y redistribución (protección social). Los grandes estados preincas, sometidos a terrenos accidentados y debilidades como el fenómeno del niño que cada cierto tiempo los castigaba sin piedad, encontraron en el proceso de redistribución de alimentos incaico, la mejor propuesta que seguramente recibieron, pasando a formar parte de ellos pacíficamente, ante esta obviedad administrativa.

Hoy poscovid, nos toca ser recíprocos con el campo que nos da de comer. Sí, hacer algo tan simple como poner en práctica el enunciado: hoy por ti, mañana por mí. Priorizar la atención del campo significa (que hoy son los más desprotegidos), es la mejor inversión que podría hacer el Estado en este momento, pues en pocos meses, cada sol que distribuyamos en los pequeños productores y agricultura familiar, retornará como bumerang a las ciudades para abastecernos de productos del campo. No hacerlo es dispararnos a los pies conscientemente.

Estas semanas son críticas, pues los períodos tradicionales de siembra están entre julio y setiembre, por lo que urge una gran inyección de capital para garantizar la producción. Lo mejor de esta propuesta es que esta inyección puede darse por “el lado de la demanda”, garantizar la compra de toda su producción a precios establecidos desde el Gobierno; información de precios históricos y estructuras de costos por cada producto existen; por tanto, no es algo descabellado de ejecutar, sino muy práctico. De hacerlo de esta manera, el Estado no realizará un gasto, hará una inversión que será luego financiada por los privados, los consumidores que la comprarán a precios inmejorables, y que verán de esta manera garantizada su alimentación.

Muchos en defensa de la economía de mercado irrestricta que norma nuestra constitución, dirán que es una locura hablar de fijar precios a productos agropecuarios. Pero poner un precio piso para garantizar la “rentabilidad” de los cultivos en manos de los pequeños productores y agricultura familiar, hará funcionar la maquinaria agropecuaria continuamente.

En el campo no hay conflicto con el rol subsidiario del Estado. Las acciones públicas que se emprendan por tanto no entrarán en competencia directa con ningún privado, o al menos con ninguna empresa privada formal (que son las que defiende la carta magna); entonces ante este panorama, no hay colisión con lo que dispone la constitución, y dado que dicha producción estaría destinada a la seguridad alimentaria y no a mercados internacionales, tampoco chocará con las restricciones sobre subsidios de los tratados de libre comercio vigentes.

Con respecto a las operaciones de almacenaje, distribución y redistribución, la Iglesia (y no solo hablamos de la Católica), tiene muy bien implementada una red logística en todo el país, incluso tienen identificados casi uno a uno a los más necesitados bajo su apoyo. Estas instituciones se constituirán en el futuro cercano, en el mejor socio estratégico del Estado para poder cumplir el rol de protección social cabalmente, tal como lo han hecho durante estos 100 días con total transparencia y sin que las llamen. Las fuerzas armadas y otros programas de distribución (Qaly Warma, Programa País), pueden complementar en la tarea; y los municipios (provinciales y distritales) facilitar los últimos metros para llegar al consumidor.

Esta megacrisis pospandemia nos aborda peor parados que las producidas en los 80 (Niño, hiperinflación). Hoy las empresas públicas que se encargaban de hacer el acopio, distribución y venta de los productos esenciales de la canasta básica, que fueran fundadas en los 50s y 60s y que sostuvieron nuestras mesas en los aciagos 80s, ya no existen. Fueron cerradas y/o privatizadas a principios de los 90s justificadas por el libre mercado. Si bien, este modelo económico nos permitió crecer continuamente por más de 21 años (hasta diciembre 2019) logrando felicitaciones internacionales por nuestra estabilidad macroeconómica, el Covid-19 terminó por mostrarnos un reconocido fracaso en lo microeconómico, pues no llovió ni goteó para todos. La seguridad alimentaria depende entonces de las buenas decisiones de hoy, y no hablo de un hoy poético, hablo realmente de éste momento, de ahora.

Fuente: El Emprendedor