Por Miguel Pintado, investigador principal de CEPES
(Agraria.pe) Hace casi 14 años (octubre 2009), la Organización de las Naciones Unidas Para la Agricultura (FAO) organizó el Foro de Expertos de Alto Nivel alrededor de la siguiente preocupación: ¿cómo alimentar al mundo en el 2050? Entre los diferentes desafíos discutidos, uno parece ser cada vez más relevante: ¿cómo alimentar a una población cada vez mayor con una mano de obra cada vez menor? Los fenómenos de creciente urbanización, flujos migratorios internos y concentración de ingresos, agudizados o no por factores sociales, políticos e institucionales, vienen incrementando la carga rural para la producción de alimentos a nivel mundial. En Europa, desde inicios de este siglo, su agricultura está viviendo una crisis demográfica, pues la edad media de sus agricultores aumenta constantemente y el recambio generacional (incorporación de agricultores jóvenes) es cada vez menor. Por su parte, en Estados Unidos, entre los años 1967, 1987 y 2007, la proporción de agricultores mayores de 65 años ha pasado del 17% al 22% y 30%, respectivamente. ¿Cómo va la situación en nuestro país? Veamos algunos indicios.
El primero es quizá el más obvio: el veloz proceso de urbanización. Durante los últimos 60 años, la población urbana se ha multiplicado varias veces, mientras la rural ha permanecido casi estancada. Entre los censos de 1961 y el 2017, la población urbana pasó de 4.7 millones a más de 23 millones, mientras que la población de las áreas rurales pasó sólo de 5.2 millones a 6 millones. En términos relativos, en la década de los 60’s había un poblador rural por cada habitante urbano; hoy en día, por cada poblador rural hay cuatro urbanos, de los cuales dos viven en Lima. Al ser la agricultura la principal actividad que se desarrolla en estos espacios, hay un claro proceso de presión sobre las áreas rurales para abastecer a una demanda alimentaria cada vez mayor.
Pero quizá tal carga puede ser una hipótesis un tanto exagerada en la medida de que una menor población no necesariamente implica menor disponibilidad de mano de obra. De hecho, con las continuas mejoras de los transportes y comunicaciones a lo largo del territorio nacional, además de las mejoras económicas y sociales, lo más probable es que los flujos de empleo sean cada vez más dinámicos entre las diferentes áreas y, en ese sentido, aminorar dicha carga. Pero ¿realmente este es el escenario en nuestro país? Tenemos dos fuentes para intentar acercarnos a la respuesta: los censos agrarios y las encuestas.
En el primer caso, los resultados apuntan a que la carga sí se está dando. Entre los dos últimos censos (1994 y 2012), efectivamente la edad promedio del productor tuvo un ligero aumento, lo cual podría deberse a una tendencia demográfica general también observada en la PEA nacional; sin embargo, al ver los cambios en las pirámides poblacionales (ver gráfico 1), el panorama sí es más claro: menor proporción de productores jóvenes (menores de 30) y de jóvenes adultos (entre 30 y 45), y una mayor proporción de productores adultos mayores (de 65 a más), además de un incremento de proporción de mujeres en todos los rangos de edades. En síntesis, hay un patrón de envejecimiento y feminización del campo bastante evidente.
Fuente: Cenagro 1994 y 2012.
Por último, el observar las encuestas, en particular la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO), también puede contribuir a esclarecer el tema. Un aspecto es la situación del empleo. El sector agropecuario es todavía el sector que más empleo absorbe a nivel nacional; sin embargo, su participación relativa (es decir, en comparación con los otros sectores) ha venido cayendo durante los últimos años. En particular, en el decenio previo a la pandemia, el sector agropecuario redujo su participación en el empleo total de 25.2% (2010) al 23,7% (2019). Si consideramos que en esos años el sector empresarial-exportador de la agricultura (mayoritariamente de la costa) ha crecido de manera dinámica generando cada vez más empleo, es altamente probable que el empleo se esté reduciendo en el sector no empresarial de la agricultura, es decir, en la agricultura familiar, la cual es la mayoritaria en nuestro país. Efectivamente, al distinguir entre los 2 principales tipos de hogares que sustentan el empleo agrario, notamos dos procesos claros (ver gráfico 2): una participación cada vez menor de los hogares de agricultura familiar sobre el empleo agrario al mismo tiempo que la participación de los hogares no agropecuarios va en aumento.
Fuente: Enaho, varios años.
Los patrones de envejecimiento en los productores agropecuarios, la reducción de la participación del sector agrario en el empleo nacional, así como la menor contribución de los hogares de agricultura familiar al empleo agrario son solo algunos indicios identificados a partir de los censos y las encuestas nacionales que parecen indicarnos que el proceso hacia una futura crisis demográfica de la agricultura ya está en curso. Estas tendencias demográficas implican un gran desafío para el país, además de los que ya vienen planteando el cambio climático y las recientes crisis alimentarias globales para la seguridad alimentaria nacional.