(Agraria.pe) Pocas veces en la historia del Perú un sector económico ha contribuido tanto a la lucha contra la pobreza como el sector agroindustrial en el período 1996 al 2020. En dicho período, el sector privado invirtió US$ 14 mil millones en instalación de cultivos en 220.000 hectáreas y se crearon un millón de nuevos puestos de trabajo, incorporando en ellos a medio millón de mujeres a la formalidad.
Esto fue posible gracias a la disponibilidad de terrenos agrícolas, creados a raíz de las nuevas irrigaciones, de una ley de promoción agraria promotora del empleo y de la inversión y de un mercado internacional de frutas y verduras ávido de productos de contraestación. Durante este tiempo, se crearon más de 4 mil empresas exportadoras y se vivió un boom de crecimiento alimentado por la reinversión de utilidades de las empresas del sector.
En diciembre de 2020 se revocó de manera anticipada la Ley que generó estos magníficos resultados, convirtiendo al sector en uno de los más gravosos de la economía y se estableció un sueldo mínimo agrícola 30% mayor al de los demás sectores. El resultado hasta ahora es que hemos perdido un tercio de las empresas agroexportadoras. Es decir, las empresas que habían abandonado la informalidad en la década pasada, regresaron a ella al verse agobiados por las nuevas cargas impuestas.
Adicional a la pérdida de competitividad laboral y tributaria impuesta, ahora, los retos del sector provienen del exterior. Con escasez de fertilizantes, reducción de frecuencias marítimas, fletes marítimos por las nubes, puertos saturados y aseguradoras marítimas con exclusiones para bienes perecibles. Para colmo, con mercados contraídos que generan precios bajos, derivados de la alta inflación.
Los años dorados pasaron y debemos recuperar la competitividad ofreciendo productos de calidad a los compradores finales, diversificando mercados, optimizando las capacidades productivas del personal, controlando los costos internos y accediendo a la mejor genética posible.
Está claro que no todos saldrán bien parados de esta crisis y lamentablemente se perderán empresas y con ellas los puestos de trabajo. Los consumidores de nuestra agroindustria están principalmente en América del Norte, Europa y Asia, y por lo tanto las empresas peruanas somos más vulnerables a los sobrecostos logísticos y de los fertilizantes. ¿Será momento de reflexionar sobre la pérdida de competitividad regulatoria autoimpuesta?
Fuente: Perú21