Hoy 26 de agosto es Día del Café Peruano, y lo conmemoramos compartiendo la experiencia y conocimientos de un hombre que ha dado renombre a la producción nacional.
(Agraria.pe) A 2.000 metros sobre el nivel del mar, Raúl Mamani Mamani trabaja sus cuatro hectáreas de café con esmero cada mañana. Es un productor reconocido internacionalmente, a tal punto que resultó ganador en 2012 y 2015 del concurso para encontrar al mejor café nacional. Además, obtuvo un segundo lugar a nivel mundial en la feria de la Asociación Americana de Cafés Especiales con Rainforest Alliance en Estados Unidos en 2013.
Raúl trabaja en la provincia puneña de Sandia, distrito de San Pedro de Putina Punco –en la zona de Bajo Tunkimayo- y es socio de la Cooperativa San Jorge Cecovasa. Nos cuenta, no sin orgullo, que sus granos destacan por su acidez, aroma y cuerpo. En su parcela tiene distribuidas las variedades caturra, borgoña y geisha. Recuerda que al concurso en Norteamérica llevó una mezcla de estos productos y obtuvo una taza de nada menos que 92 puntos.
Pero, desde luego, el trabajo agrícola tiene sus malos momentos, y en el café uno de los mayores enemigos en años recientes ha sido la plaga de la roya. Mamani señala que vio este problema especialmente en los campos de sus compañeros productores que trabajan a menos de 1.200 metros de altitud. “Allí el 80% de los cultivos fueron afectados”, apunta. Él en cambio, descubrió que la altura lo protegía: “En mis campos la altura ayudó a protegerme de la plaga y apenas habrá llegado al 10% de los cultivos. Ayudó también tener plantas resistentes a la roya”.
Como es evidente, un productor con la sapiencia de Raúl no podía sentirse libre de las plagas simplemente por su ubicación geográfica, así que, además de los productos para fumigar que eventualmente –y en pocas cantidades- le hizo llegar el Servicio de Sanidad Agraria (Senasa), acudió a un método de sahumerio quizá poco difundido pero que refleja el fuerte componente cultural que se desarrolla entre el hombre del campo y sus métodos.
“En Puno tenemos el lago Titicaca, donde hay unos pescaditos que llamamos ispi, el cual compramos y llevamos del altiplano a la selva. Muy temprano en la mañana, cuando las hojas de los campos están escarchadas con el rocío aún, humeamos el pescado en un plato o lavador con carbón y lo pasamos como incienso surco por surco en nuestros cultivos. Así combatimos también la roya”, nos cuenta.
Se dice un agradecido con el café, porque gracias a él hay instituciones que lo han llevado a diversas partes del país y del mundo para hablar sobre el cultivo. Una situación que no habría sido posible si él, en principio, no hubiera sido riguroso y exigente en su trabajo para obtener un producto de altísima calidad.
“En la selva central y selva sur mis compañeros no lo están haciendo bien, deben hacer una cosecha más selectiva. Tienen hasta miedo de participar en concursos de microlotes. Yo cosecho con 15 personas y antes de que entren a la chacra los capacito para que cosechen puro maduro, seleccionamos y clasificamos en maduros, remaduros, secos, entonces todo lo rojito va en una canasta y por la tarde pasa de frente a la despulpadora. Si un productor llega con su café a 90 puntos de taza le pueden pagar hasta 800 dólares por microlote”, refiere.
“Con un buen café puedes llegar a todo el mundo”, dice finalmente con total conocimiento de causa.
*En la foto: Raúl Mamani, protagonista de la historia, junto a María Mercedes Muñoz, coordinadora del Proyecto Sostenible del Café Peruano.