Por: Luis Gamarra Otero
(Agraria.pe) Primero trataron de impedir el consumo profetizando daños a la salud. Más fácil es asustar que convencer y eso lo manejaron muy bien. Si un ignorante me dice que el líquido contenido en un vaso tiene veneno y un reconocido médico me asegura que se trata de un excelente tónico, la verdad es que por previsión no lo tomo. Pero después de 20 años sin que se presente un solo caso comprobado de los daños que aseguraban y con la aprobación de todos los organismos científicos serios del mundo y hasta del Vaticano, que no sé cuánto sabe de esto, su argumento se ha derrumbado.
Ahora han cambiado de estrategia y se han inclinado porque se afectará gravemente nuestra biodiversidad y han escogido a la papa como punta de lanza. En defensa de esta tesis han aparecido grupos a los que los llamaban antiguamente “eruditos a la violeta”, que han conseguido enredar al público, aprovechando un tema que de por sí es complicado.
Intentaré poner algo de orden y lo haré de la forma más sencilla posible, prescindiendo de términos técnicos que confunden.
La papa es un vegetal que se origina en la Meseta del Collao comprendida entre los territorios de Perú y Bolivia. Se han encontrado restos que comprueban su consumo desde los 8 mil años a.C. Debido a sus cualidades alimenticias y sus altas condiciones de adaptabilidad, este tubérculo se fue extendiendo por todo el continente. Cuando llegaron los europeos a América, se consumía papa desde México hasta el norte de Chile y Argentina.
Conforme iba avanzando, para adaptarse a las diferentes condiciones climáticas y defenderse de nuevas plagas, enfermedades y depredadores, mediante cruzamientos, mutaciones o hibridaciones naturales, fueron creándose nuevas variedades de papas nativas. En su zona primigenia de origen, los Andes del sur peruano, es donde se ha encontrado el mayor número, pero esto no quiere decir que en el resto de países de América no las haya.
El Centro Internacional de la Papa (CIP), ubicado en el Perú, es una entidad internacional encargada de recopilar material genético de papas nativas. Entre más de 15 mil muestras estudiadas, ha podido identificar y clasificar más de 6 mil variedades, que se conservan en sus instalaciones de La Molina en forma de tubérculos, plántulas in vitro y semilla botánica, en ambientes especiales y más seguros que si estuvieran en el campo. La base de datos con las características genéticas y morfológicas de cada variedad están a disposición de los genetistas para sus respectivos trabajos.
Por otra parte, no solo en el CIP se recolecta material genético. Existen en el país varios centros donde se realizan trabajos de mejoramiento de papa, que también lo hacen. El trabajo no ha culminado; se siguen encontrando papas nativas y con toda seguridad, hoy día continúan formándose nuevas variedades que algún día aparecerán.
Existen dos grupos de papas nativas: las amargas y las dulces.
Las papas nativas amargas deben esta condición al alto contenido de glicoalcaloides, sustancia tóxica que impide su consumo directo. Son plantas que soportan muy bajas temperaturas que llegan hasta los -5ºC, se siembran a altitudes superiores a los 4 mil m.s.n.m. y son muy resistentes a las sequías, a las plagas y enfermedades. Por eso, su material genético es muy valioso. Deshidratadas, los alcaloides se descomponen y estas papas pueden consumirse bajo el nombre de Chuño, Moraya o Tunta.
Las papas dulces tienen un contenido de toxinas muy bajo, su composición genética es más regular y la gran mayoría pertenece a la especie “solanum tuberosum” y son las que desde épocas ancestrales fueron consumidas directamente como alimento. En el Perú, hasta los años 1950, el gran porcentaje de la papa cultivada correspondía a este grupo, pero ya se presentaban problemas. Con mayor población, la demanda aumentaba, los rendimientos eran muy bajos y las plagas y enfermedades atacaban gravemente los cultivos.
Por los años 30, los ingenieros peruanos Teodoro Boza Barducci y Oswaldo Gonzales Tafur iniciaron, en la Estación Experimental de La Molina, investigaciones para buscar solución a los problemas de este tubérculo. Para ello, cruzaron papas nativas mexicanas resistentes a la “rancha”, enfermedad que estaba atacando nuestros cultivos, con papas nativas peruanas, obteniendo importantes resultados.
Felizmente, no había nacido todavía el hijo de mi amigo Gastón Acurio, porque habría puesto el grito en el cielo y no tiene idea de la respuesta que habría recibido del Ing. Boza que era bien bravo.
Simultáneamente, en la Estación Experimental de Junín, se realizaban estudios comparativos entre las diversas variedades nativas cultivadas, quedando como la más promisoria la variedad “Casa Blanca” por su superior resistencia a plagas, enfermedades y altas temperaturas. Esta variedad fue seleccionada por el agricultor Benjamín Otero en la hacienda “Cachi Cachi”, ubicada en Loma Larga, Jauja.
Posteriormente, por los años 50, el Ing. Carlos Ochoa, probablemente el hombre que más ha hecho por la papa en el Perú, con base en cruzamientos entre papas nativas, entregó para su producción comercial las variedades “Renacimiento” y “Mantaro”, que fueron famosas por sus rendimientos y larga vigencia.
Hasta 1950, la papa se sembraba casi exclusivamente en la sierra, pero con la incursión de su cultivo en la costa se presentaron nuevos problemas. Las plagas y enfermedades eran diferentes y las variedades sembradas en la sierra no rendían satisfactoriamente en la costa. Fue a partir de esta época, con la ayuda de los nuevos recursos científicos, que se intensificaron los trabajos de mejoramiento y, para ello, se recurrió a la utilización de material genético tanto nacional como del exterior.
Por poner un ejemplo, en 1966 se liberó la papa “Ticahuasi” de gran tamaño y buenas características comerciales, que fue ampliamente sembrada por varios años. Esta papa procedía del cruce de dos especies nativas, “Huasahuasi” del Perú y “Ticanel” de Costa Rica. No se produjo ninguna invasión genética y después de algunos años se liberaron variedades con características superiores y esta pasó al olvido. En la actualidad, será muy difícil encontrar una planta de Ticahuasi. Simplemente, se dejó de sembrar y punto.
Desde el año 1950, se han liberado más de 80 variedades de papas mejoradas, producto de dos o más cruces intervarietales y en muchos de ellos ha intervenido material genético extranjero. La supuesta virginidad de las papas nativas peruanas hace más de un siglo que ha sido trajinada, sin que alguien pueda mostrar algún efecto negativo y, por el contrario, los resultados positivos son incontables.
Por último, quiero indicar en forma muy somera, para desterrar infundados temores, cómo y hasta dónde llega cada etapa en el proceso de obtención de variedades mejoradas de papa.
El fito-mejorador identifica las cualidades del producto que planea buscar y luego selecciona los clones en los bancos de germoplasma a los que tiene acceso, para efectuar en laboratorio y en ambientes controlados, las cruzas y recruzas que ha determinado para llegar al producto buscado. Esta es una etapa larga, tediosa e ingrata. Se estima que para llegar a una variedad deseada se pueden efectuar centenares de cruces y a veces todos resultan fallidos. La ingeniería genética, que con tanta obsesión combaten, lo que hace es acortar drásticamente este periodo y evita que se pierdan muchos años de trabajo a veces infructuosos.
Luego, viene una larga etapa de fijación de las características obtenidas y para garantizar las seguridades agrícolas y sanitarias exigidas por las autoridades gubernamentales. Cuando se llega al convencimiento de que la nueva variedad está segura, se procede a “liberarla” y es entregada a los agricultores para su siembra a escala comercial.
A partir de allí, la reproducción de la papa es asexual, es decir, ya no se emplean semillas, sino que el agricultor utiliza una parte de la misma planta, un tubérculo de su raíz en calidad de semilla. Ya no hay cruzamiento, la nueva planta resultante tiene exactamente la misma composición genética que la planta madre. Se pueden sembrar juntas plantas de variedades diferentes y, después de años, seguirán sin cruzarse, conservando cada una sus características originales.
Los “eruditos” han oído campanas, pero no saben por dónde. Creen que para introducir una papa transgénica en el Perú basta con traer unas semillas de las utilizadas en EEUU, Europa o en Argentina para sembrarlas aquí y ya está… ¡No! La biotecnología no es una práctica milagrosa ni los investigadores son chamanes. Es solo una ayuda para obtener, de una misma variedad, mayor producción, pero se debe partir de que primero esté adaptada al medio; por ejemplo, tomar la papa Yungay, que es una de las que más se siembra en la sierra, y conseguir introducirle genes que tienen ciertas variedades de papas amargas que permita sembrarla a más de 4 mil metros. Es de imaginarse cuánto disminuiría la pobreza de las zonas más deprimidas del país. Pero eso solo le interesa al Perú y no a los holandeses ni a los rusos. Técnicos peruanos que saben y pueden hacerlo podrían emigrar, al haber sido declarada ilegal por 15 años su especialidad.
Así como el dueño de un restaurante dispone libremente de qué platos deben figurar en su menú, el agricultor tiene el derecho de sembrar la papa que más le convenga. La pregunta es: ¿con el mismo entusiasmo con que aplauden la prohibición de las siembras, apoyarían que el gobierno intervenga en la confección de las cartas de sus restaurantes en resguardo también de la biodiversidad nacional?
Fuente: Enterarse