Constantemente se señala a la asociatividad como propuesta para impulsar los negocios o el desarrollo por ser una herramienta efectiva para enfrentar la atomización productiva y comercial de los pequeños agentes económicos. En la mayor parte de los casos se recomienda el modelo de organización cooperativa, principalmente de servicios. Ello está bien, pero la asociatividad, en estricto, tiene más dimensión o diversidad que lo sugerido: tipos, fines, naturaleza jurídica, etc.
También se manifiesta que la inversión económica se segmenta solo en 3 formas: i) pública, ii) privada, y las de iii) asociación publica/privada. Este último se refiere al acuerdo de una empresa y el Estado para implementar una iniciativa empresarial o social de forma compartida; pero en estos esquemas no se considera a la inversión que hace un determinado colectivo social, sea en dinero, especies o en trabajo.
En realidad, este tipo de inversión y práctica colectiva se ha hecho en distintas sociedades y desde tiempos inmemoriales con marcado éxito. Una de esas actividades de ayuda mutua y colaboración en el Perú es conocido como el Ayni. (El Ayni era en el Tahuantinsuyo un sistema de trabajo entre los miembros del Ayllu destinado a la construcción de estructuras públicas y a los trabajos agrícolas). Estas actividades son importantes por los resultados tangibles y utilitarios que logra en beneficio del colectivo; pero principalmente debe aportar intangibles como: solidaridad, aprendizaje, disciplina, innovación y cohesión; sin embargo, estas prácticas se han descuidado y cada vez son menos relevantes en el ámbito rural de nuestro país.
Por necesidad de servicios, por urgencias ambientales, por el debilitamiento de las cuencas, por el riesgo de desastres, por la crisis del sistema productivo del pequeño productor, y por la manifiesta carencia de recursos económicos para enfrentar problemas presentes y futuros, es necesario reconceptualizar, organizar y lanzar nuevas formas de gestión social/productiva/ambiental, dotándolas de mejores objetivos y de escala transformadora. Es imperativo comprender que el desarrollo del agro no lo va a edificar un agente externo, sino lo va a amalgamar y hacer el productor agrario con su saber, sus “manos” y su inversión.
En la experiencia China, el semejante al Ayni, es parte de la cultura, organización y planificación local, y en ella participan: productores, técnicos, voluntarios, estudiantes y autoridades para revertir los problemas pre-identificados. En ese espacio se define ¿el quehacer? ¿Cómo se hará?, ¿la escala? ¿la inversión? ¿la división del trabajo? ¿Y quién controlará?
En base a la intervención, los canales de riego son reestablecidos, las defensas ribereñas fortalecidas, los caminos son mejorados, los silos habilitados, los locales comunales reconstruidos, se “siembra” agua, se construyen “cochas”, los campos son forestados, se amplía la frontera agrícola, se mejora la gestión del agua, y se comparten nuevos conocimientos, entre otros temas. En esa tarea los municipios vecinos participan con máquinas, equipos y técnicos, dándole envergadura y manejo profesional al esfuerzo social.
Modificado el territorio de acuerdo a lo planificado, se suscribe el compromiso para sostener lo logrado y se fijan nuevas y mayores metas para el siguiente evento que inmediatamente es programado. El actual presidente chino, Xi Jinping, en el pasado y presente, ha sido y es un reconocido promotor de estos esquemas de trabajo.
Nuestro Ayni puede mejorar exponencialmente si le damos compromiso, institucionalidad y profesionalismo. Los desafíos en el ámbito rural son gigantes; y para enfrentarlos, las prácticas de asociatividad deben reeditarse con metas cada vez más grandes, reconociéndose adicionalmente que es la mejor opción para editar una visión compartida para defender los ecosistemas y para transitar hacia el desarrollo.
Esto puede darse implementando un nuevo modelo de Núcleo Ejecutor Plus. En este esquema de desafió técnico y operativo, donde se suma la inversión pública con la inversión colectiva, debe ser eminentemente innovador. Basada en indicadores sociales, ambientales, económicos y productivos, y debe ser programada y financiada cada año, hasta que sea enraizarlo en el sistema de vida del distrito. Él colectivo pone su trabajo ú otros medios y se complementa con lo que aporta los distintos niveles de gobierno. Eso es asociatividad en un segundo nivel.
Esta acción debe constituirse en la más grande escuela de aprendizaje agrario y seguro se convertirá en parte del orgullo nacional por los resultados que se logren. Ahí están las inmensas obras que nos legaron nuestros antepasados, como ejemplo imperecedero, y que nos “señala lo que debemos hacer” de forma organizada (El Qhapaq Ñan es uno de los legados emblemáticos).
En esta línea, complementariamente deben generarse nuevas guías invierte.pe para diseñar y formular proyectos productivos. La gama actual debe enriquecerse, no podemos quedarnos solo en proyectos de riego o solo en esquemas que abordan solo un producto agrícola, hay que desarrollar modelos más integrales, de mayor pretensión, sin perder de vista la perspectiva de mercado como base.
Hay que también lograr créditos y garantías promocionales para los colectivos dada la alta descapitalización que hay en el campo, principalmente para la compra de insumos o para la comercialización de sus productos. Sino hay inversión no se van a tener los medios suficientes para lograr un cambio importante, como hacer que los predios incrementen su tamaño, se acceda a mejor tecnología y para posicionar mejor sus productos en los mercados. La fórmula que comentamos es simple: inversión e innovación para el desarrollo.
En momentos que la estructura agraria está en crisis y el cambio climático manifiesta agresión creciente a la sostenibilidad del sector agrario, es necesario innovar los enfoques y prácticas sobre el sector. Es necesario proponer, validar, ajustar propuestas y actuar con decisión. El MINAGRI debe innovar sus propuestas y debe entender que más allá de los bonos, su tarea es aplicar estrategias trascendentes para promover el desarrollo agrícola, ganadero y forestal, estos últimos tan venido a menos. En el sector hay gente valiosa, solo hay que darles la oportunidad de aportar y saber escuchar.
En el documento “La reforma agraria de hoy debe ser tecnológica y sostenible y no de área”, 2023, el Dr. Jorge Lazo Z. dice: “En 70 años el Perú , con reformas agrarias y leyes de promoción agrícolas incluidas, no cambió de modelo productivo sustancialmente, solo incremento área agrícola, de 1.7 a 4.2 millones de hectáreas, y el número de cadenas agro productivas de 72 a 154, teniendo como consecuencia una disminución en nuestra productividad en un 19% por estar dedicados a la producción de productos agro ganaderos de la más baja rentabilidad”. Datos dolorosos y que nos deben hacer reaccionar.
Es necesario, dada la situación, pasar de la planificación nacional agraria, tipo genérica, a la planificación distrital, tipo especifica con herramientas pertinentes. En el sector agrario hay organizaciones: 124 Juntas de Regantes, 1681 Comités de Usuarios, 8179 Comités de Usuarios. Hay que comenzar a activar, ahí está el capital social y de cambio.
En los productores agrarios innovadores esta la esperanza del desarrollo agrario y del propio país. No olvidemos que somos cuna de civilización, no lo olvidemos, ¡Se puede hacer!