Por: Fernando Cillóniz, presidente de Inform@cción
Simplificando en extremo las cosas, se podría decir que nuestro país tiene dos agriculturas. Una es la agricultura tecnificada de la Costa. Aquella que está focalizada principalmente en la producción y exportación de frutas y hortalizas. Aquella que empezó con el espárrago, pero que continuó con las uvas, paltas, mandarinas y otras frutas. El arándano constituye un éxito muy reciente. El hecho es que en pocos años nos hemos convertido en una potencia mundial en este rubro.
Pero nuestro país tiene otra agricultura. La de siempre. La que – dicho sea de paso – ocupa la mayor extensión e involucra a la mayor cantidad de peruanos. Me refiero a la agricultura tradicional. La de la Costa donde predominan el arroz, caña de azúcar, maíz, algodón, y una variada gama de cultivos de panllevar. La agricultura de la Sierra donde predominan las pasturas – es decir, la ganadería – y cultivos como la papa, cereales, y hortalizas. Y la de la Selva con el café a la cabeza, pero donde también destacan el cacao, arroz, maíz, y una gran variedad de frutas tropicales. La Selva, por cierto, también tiene vocación ganadera y forestal.
A lo que quiero llegar es que, en términos generales, la agricultura frutícola y hortícola de la Costa está bien, y la otra está mal. Las empresas agroexportadoras generan rentas, tributos, exportaciones, empleo formal y bienestar social. Mientras que la otra genera pobreza, informalidad, migraciones y todo lo demás. La pregunta es ¿por qué la otra agricultura está mal?
En mi opinión la crisis de la otra agricultura se debe a 3 factores. Escasez de agua en los estiajes. Competencia desleal con productos subsidiados del exterior. Y baja productividad. Es decir, 3 factores que bien pudieron haber sido corregidos por el Estado… pero no. El Estado ha hecho muy poco a ese respecto.
La escasez de agua en los estiajes se resolvería con un programa masivo de Siembra y Cosecha de Agua. El Ministerio de Agricultura tiene el programa Sierra Azul. ¡Lindo nombre! Pero el programa ha sido un fracaso. Cientos de millones gastados en burocracia y consultorías innecesarias. Y nada en reservorios, plantaciones forestales, o cercos de pastizales. Además, valgan verdades, a muchos gobernadores regionales y locales el tema les importa un bledo.
La libre importación de productos agrícolas subsidiados constituye una gran torpeza política. ¡Claro que queremos libre comercio! Pero con la cancha pareja. ¿Por qué no fuimos capaces de establecer aranceles compensatorios para contrarrestar los millonarios subsidios que se aplican en EE.UU., Europa y otros países a productos como el algodón, azúcar, trigo, soya, leche, arroz, maíz, etc.? La verdad, no se entiende. Sobre todo porque los más perjudicados son los campesinos más pobres del país. ¡Qué injusticia!
Por último, tenemos el factor de la baja productividad. A ese respecto, el Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA) es otro fracaso más. Nada que ver con el extraordinario Servicio de Investigación y Promoción Agraria (SIPA) de los años 60. El INIA es un monstruo burocrático – como muchos otros en el Estado – que cuesta un montón de plata, pero no sirve.
Agua en los estiajes. Aranceles compensatorios para contrarrestar los subsidios del exterior. Y asistencia técnica. Eso es lo que más necesita – y merece – la otra agricultura.
Fuente: La Opinión